Comentando en el blog de
ememe (que, dicho sea de paso y entre paréntesis -aclaración redundante- me parece el mejor blog que he descubierto en el último tiempo, aunque, es cierto, es el único que recuerdo haber descubierto), me acordé de una historia inquietante de mi turbio pasado. Aquí la repito:
Con tiernos 16 años y no teniendo ganas de ir al colegio, me escapé de la parada de colectivo en que esperaba el transporte y me fuí al botánico, a pasear de mañana. Yo ignoraba, inocente e ingenuo (igual que ahora), que el botánico es un putódromo de aquellos y que, para más datos, los putos madrugan que es un contento. Me senté en un banco a escuchar la radio -un programa de noticias, siempre fui amargo- y se me sentó al lado un señor de unos 50 años, que estaba haciendo jogging y que a su avanzada edad y cara de funcionario garca le sumaba estar completamente bañado en sudor. No me calentó, sino que me dio miedo, y me levanté y huí, creyéndolo un caso aislado. En otro banco me abordó un brasilero vendedor de hamacas paraguayas -que se había confundido y creía estar en la playa de itapema, seguramente- que me dijo que un rubio de allá al fondo requería mi presencia, a lo cual yo contesté de modo terriblemente estúpido diciéndole que yo no conocía ningún rubio. Luego se puso a hacerme preguntas o comentarios de índole sexual, que yo no entendí más que en su intención y me limité a contestar ambiguamente, más que nada con ruidos conversacionales.
Quiso la suerte que el brasilero no se aburriera de mi conversación poco elocuente y no se me quisiera despegar, por lo cual aproveché que una pareja de recién casados, más inocentes e ingenuos que yo, me pidieron que les sacara una foto, y, tras haberlo hecho, me fuí pegadito a ellos para la puerta de Santa Fe. El brasilero vendedor, que no me quería vender nada, me empezó a seguir, con lo cual yo entré en pensamiento miedoso y apreté el paso, aprovechando mi conocimiento del barrio para jugarle una emboscada, metiéndome en el túnel del subte que cruza Santa Fé a la altura de Scalabrini Ortiz y saliendo por el lado más alejado de la esquina. Esquina desde la cual lo observé alejarse por Santa Fe, en procura de un ensueño. No es que me haya asustado tanto, pero me fui para el colegio más que feliz.
Eso es toda la historia, que fue más traumática de lo que parece por su redacción relajada, y procedo a despedirme. Voy a estar en La Angostura una semana y en el Llao otra semana, asique ya saben que mi celular sigue siendo llamada local para Buenos Aires, y me pueden llamar para decirme cosas lindas o feas o quedarse en silencio respirando amenazadoramente.
PD: Fui a comprarme ropa para el viaje y, no encontrando nada de mi agrado, me volví con una multitud de libros que harán más amenas mis vacaciones-sin-ropa. Interesante anécdota comercial.