Monday, October 08, 2007

Organizado

Lunes: Ya se agotó.
Martes: Ver una peli que tengo que ver.
Miercoles: Juntarme con el primaje.
Jueves: Suicidarme.
Viernes: Velatorio.
Sabado temprano: Entierro (espero que esté lindo).
Domingo: Descanso.

Saturday, October 06, 2007

Mujeres Baulera

Una vez conocí a un hombre sabio. Estaba en un bar de La Boca y noté que por su vestimenta y su manera de comportarse no pertenecía allí, igual que yo, de modo que me senté al lado, adivinando sus ganas de descargarse de algo que lo torturaba. Los dos estábamos, claramente, buscando dejar atrás algo de nuestra vida de niños bien internándonos en los barriales proletarios, creyendo ingenuamente que los problemas de los pobres nos iban a dar perspectiva sobre la superficialidad de los nuestros.
Visto de cerca era algo bastante triste, ya que se le notaba que estaba de vuelta de todo, pero que cada viaje le había dejado marcas. Miraba a su alrededor con desencanto infinito, hosco y taciturno. Estaba canoso a pesar de sus aparentes escasos 30 años, y ostentaba un tatuaje en el hombro con un corazón flechado y una leyenda que rezaba “Todas Putas”, y abajo una serie de fechas, alrededor de 20, separadas algunas por unos meses, otras por algunos años, otras apenas por días.
No tardó ni cinco minutos en hablarme: “¿Qué cenaste hoy?”. Su desenfado me causó gracia, daban ganas de hablar con alguien tan directo.
Me comentó de una chica, de nombre “Manzanita”. Ella había conducido al suicidio a algunos hombres, como todas las mujeres que merecen tal nombre, y su enfrentamiento con El Sabio estaba en pleno trámite, aunque éste, ya más avezado en amores y otras guerras, estaba un poco mejor preparado para el enfrentamiento. De todos modos, estaba perdidamente enamorado, lo cual lo ponía en situación de desventaja evidente. Ella no soportaba algunas cosas de los hombres, y él temía caer en alguna de esas conductas que a ella irritaban tanto.
Me extendió una servilleta doblada en cuatro, donde figuraba en birome y con una caligrafía puntillosa, una pequeña lista que rezaba así:

Cosas que me molestan / irritan / enervan / exasperan / enferman por conocidos:

• Que me manden mensajes de textos y me llamen
• Que me presionen
• Que me insistan (en todas las versiones)
• Que me pregunten el porque de algo
• Que me pregunten el porque de mi porque
• Que me pidan fotos / videos / teléfono / webcam
• Que me ofrezcan (fotos/num. de teléfonos) a cambio de (fotos mías/mi teléfono)
• Que me halaguen
• Que me manden mails largos
• Que me digan como tengo que hacer mi vida
• Que me den consejos sin que los pida
• Que minimicen las cosas que a mi me molestan y cosas que me cuestan
• Que me pregunten cosas de mi vida intima

Ese era el problema de la Manzanita. Era demasiado linda. Todas esas cosas que a ella le molestaban, la irritaban, la enervaban, la exasperaban y la enfermaban, eran todas las cosas que a una mujer medianamente normal, o por lo menos a mis amigas, les gustan.
Se trataba de la típica Mujer Baulera, esas que te histeriquean hasta que te metés en la baulera con una botella de vodka y no salís nunca más, como le pasó a un conocido mío, que salió en todos los diarios. Después me enteré que había sido por culpa de Manzanita, la misma mujer que mi nuevo amigo, el Hombre Sabio, estaba intentando domar.

Me lo volví a encontrar en el mismo bar dos semanas después, con el rostro visiblemente más relajado y una sonrisa franca. Su hosquedad de la vez anterior había trocado en un ánimo dispuesto, y les hacía chistes a los parroquianos sobre cuestiones futbolísticas que yo no entendí. Lo saludé tímidamente, pero él me dio un abrazo fraternal, como si compartiéramos un pasado trágico en común, un invierno en la trinchera o una peste en Argelia. Para él las historias de amores eran pasado común suficiente.
Me comentó que había domado a la fiera. El día después de que ella le entregara la lista, decidió cambiar de estrategia, considerando que ya había hecho el papel de bueno suficiente tiempo. Le dejó de contestar los llamados una semana completa, luego la visitó un miércoles y “la partió a la mitad”, según sus propias palabras. Desde entonces, ella no había dejado de mandarle mensajes de texto y llamarlo, de presionarlo, de insistirle en todas las versiones, de preguntarle el por qué de las cosas y el por qué de sus porqués, de halagarlo, de mandarle mails largos, de decirle qué hacer con su vida, de darle consejos no pedidos, de preguntarle cosas de su vida íntima. Claro, él estaba podrido y se refugiaba en el viejo bar de La Boca para que ella no lo encontrara. Me aclaró el por qué de este cambio de roles sin que yo hiciera preguntas:
Mirá Martino, el amor amor se acaba a la primera cogida. Terminás de coger y te querés cagar a palos por la sarta de forradas que prometiste por llegar a eso. No hay manera de comprender por qué hacemos lo que hacemos, ni por qué ellas son así. Hay que dejar que todo fluya, basta de romperse el coco, basta de amargarse, mientras los amigos estén vivos, haya asado los domingos, la vida tiene sentido.
Y, claro, la sabiduría del Hombre Sabio era infalible, implacable, incontestable, pero inútil para los que todavía, inmaduros y faltos de escarmiento a pesar de los golpes continuos, estamos enamorados de Mujeres Baulera. Y nos encanta.

Wednesday, October 03, 2007

liber liberat

Allá hace algunos años, un epistemólogo de renombre amigo mío, cuyo nombre preservaré por ser una persona conocida él y una persona precavida yo, estaba hasta las re pelotas con una mina bastante difícil, Pitufina, profesora de lógica, a la sazón. Se trataba de una relación tormentosa, y él, seguro de que estaba siendo engañado, la hizo seguir por un profesional de estas cosas (seguir gente), que le proporcionó un vídeo de la Pitufina saliendo de un alojamiento de tarifa horaria con un señor desconocido (para nosotros).
En el momento, mi amigo, que no se encontraba anímicamente bien desde hacía un tiempo, proclamó la frase augusta: "La verdad libera".
En efecto, hace un par de semanas, dos de mis mayores inquietudes se han disipado de modo no exitoso pero sí liberador. En un caso, se trata de una señorita de la que yo pensaba el mundo y que resultó ser una señorita más bien comuncita en sus gustos, ya que se garcha a un imbécil, lo que me hizo reflexionar sobre lo equivocado que había estado con respecto a ella. En el otro, de otra señorita que, sencillamente, se limitó a no darme pelota. La historia es bastante más larga, pero no interesante. Es por eso que hice mía la frase: La verdad libera.
La resignación es mucho mejor que la esperanza incierta, bien decía el marqués de Sade en una frase que le robé para un guion: "La esperanza es el peor de los males".
Claro, cuando le conté a mi amigo epistemólogo de la señorita número uno, que al saber que se garcha a un boludo me di cuenta de que no era para mí, me iluminó con otra frase, esta vez descorazonadora: "El que está con la mina que a uno le gusta, esa es la definición de boludo".