Monday, October 17, 2005

Ay nena, así no vas a conseguir novio

Pertenecer al género masculino tiene una serie de ventajas y una serie de desventajas. Entre las ventajas encontramos las que permitieron la dominación mundial por parte de los hombres durante toda la historia de la humanidad, y entre las desventajas podemos mencionar, entre otras, el hecho de que eso se esté terminando, si es que no se terminó ya. Bueno, en realidad no estoy seguro de que tener la responsabilidad de la catástrofe mundial sea exactamente una ventaja o una suerte, pero digamos que por algo es que los que dominan quieren dominar, más allá de las ideas locas que esgrime Platón acerca de la culpa. Pero no nos desviemos, les pido por favor. Que no, mujer. Hay otras ventajas y desventajas más nítidas que el lector podrá apreciar por sus propios medios y que yo, en virtud de una cierta economía de pensamiento que implica pensar lo menos posible, voy a ahorrarnos.

Pero esto del género masculino viene a cuento de una decisión que finalmente tomé y ya no hay quién me haga cambiar de idea. Me voy a cambiar de sexo. No hoy, no mañana, pero cuando cumpla setenta años. El asunto es así, ser hombre está muy bien - o muy mal, pero está- durante los primeros sesenta y tantos años, mientras uno puede funcionar con cierta dignidad, si no en la cama, aunque sea en el baño. Pero sucede que a partir de un momento determinado uno se convierte en un viejito hecho mierda. Y mientras las señoras se dan la gran vida tomando champagne en La París de La Plata o empinando el codo con Absolut en Olsen, o viajando con las amigas, o haciendo toda una serie de cosas placenteras que hacen las viejas, los señores renuncian a los últimos placeres que les quedan, como controlar los esfínteres o comer sólidos.

Hoy veía a una chica joven rubia medio feíta paseando del brazo a un señor por la plaza Francia, aprovechando la fresca, soleada y totalmente agradable mañana para ventilar un poco al viejito. No creo que superara los ochenta años, pero la chica le hablaba como a un infante estúpido y asistía su desplazamiento de caracol tullido. Así no quiero terminar, pensé, pero la única forma de evitarlo es morirse antes. ¿O no?.

Toda la vida quise ser una vieja, de eso no hay dudas. Les profeso total y absoluta admiración, amo a las viejas, amo a las maliciosas y estiradas, amo a las afables y cocinadoras, amo a las que le hacen la vida imposible a la familia, amo a las que se resignan al olvido en un geriátrico. Siempre me han dicho que soy chusma como una vieja, pues bien, mi vida es un preparativo para ser, el día de mañana, si dios quiere (no es que crea en dios, pero así decimos las viejas) una señora grande. De las que andan en remís, porque eso de robar los asientos de los colectivos me parece una cosa bastante chota. Quiero tener un piso de 500 metros en la calle Guido con siete cuartos cerrados, olor a naftalina y el papel despegándose, quiero tener un patio lleno de plantas en Lomas de Zamora, alguna de esas cosas. O una casona en San Isidro, como China Zorrilla en "Besos en la frente". O lo mejor de todo, Victoria Ocampo. Quiero ser Victoria Ocampo. Casona en San Isidro, palacete modernista (de Bustillo, nada menos) en Palermo, casa llamativa y original en Mardel traída de europa en cajas.

Ahora que lo escribo me empiezo a arrepentir un poco, pero tengo que tener en cuenta que la otra opción es ser ese despojo humano que arrastraban bajo el sol con un gorrito esta mañana. Sí, lo de Victoria Ocampo me há decidido. Voy a ser una vieja cuyo fin será - igual que ahora, pero con mas autoridad moral - escandalizar a los imbéciles estructurados que pululan por el planeta y lo convierten en lo que es. Si no fuera por esos imbéciles el planeta, en lugar de ser una pelota achatada, podría tomar formas harto más interesantes. Eso, querida, te lo digo yo, que las he pasado todas.

6 Comments:

Blogger Niño Pol said...

Bestiaria tenía razón, esta es su obra cumbre.
Martinito, déjeme decirle que yo con escasos 26, ya empiezo a sentirme como una señora mayor, y le digo, de este sentimiento no hay vuelta atrás.
Sin ir mas lejos me fascina el olor a naftalina. El lunes decidí llenar todos los placards de naftalina y cada vez que abro uno siento una oleada de placer.

4:54 AM  
Blogger principio de incertidumbre said...

Mejor que la naftalina es la lavanda.

11:32 AM  
Blogger Martino said...

Si, es un olor maravishoso.

7:21 PM  
Anonymous Anonymous said...

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