Señora Providencia:

Le reconozco que ha ganado todas las pulseadas.
Confieso que lo único que pude hacer en todos estos años ante cada derrota -y solo usted sabe cuántas han sido- fue llorar y patalear y maldecirla.
No olvido que usted todo lo puede y todo lo decide, que nada se le escapa, que mi destino estará siempre en sus manos.
Sé muy bien que no merezco ser feliz, que nunca superé mis miedos, que nunca dejé de lado mi comodidad para jugarme por algo que creyera (¿Es mi culpa si sólo creo en mi comodidad?).
Sé que la felicidad no se suele dar como una generala servida y que yo siempre pretendí alcanzarla de ese modo.
Sé que luego de todos estos años de tortuosos laberintos mentales el desenriedo de mis ideas y sentimientos es casi imposible y que yo no hago nada para avanzar en ese camino.
Sé, en pocas palabras, que no se vislumbra la más mínima posibilidad de éxito en ningún area de mi vida.

Pero sepa Usted, señora, que el que avisa no es traidor.
Sepa que tengo un plan.