Final de fiesta

Es oficial, tengo 22 años nuevamente -la primera vez los cumplí el 31 de octubre-. Tengo que soportar el peso de un pasado lleno de penas sin haber visto la recompensa de un presente lleno de alegrías. Y es como debe ser, por otro lado. Los de telefé estarán muy decepcionados pero a mí me parece muy positivo que no vendan la mentira del destino feliz para el camino dificil.
Por otra parte, tengo un problema de vagancia congénito. Me tengo que comprar una cama más incómoda. Tengo tres parciales coming up y no puedo ni abrir los libros. De hecho, para uno de ellos todavía no tengo el libro.
El problema es que nunca necesité dejar de ser vago, por eso cada año me cuesta más estudiar. Cada vez que tengo un parcial dejo todo para último momento y al final todo me sale bien. Mi suerte es mi maldición.
Finalmente, el problema que tengo es que cuando termine los exámenes no voy a tener nada por qué vivir. Es una cagada eso. Mi vida es un valle desértico. Es como esa ruta que hay yendo para el sur. Que es muy linda, osea que ni siquiera. Y tiene un pueblo en el medio, mi vida no.
Le decía recién a Annette, la señora de Obras Sanitarias, que lo que quiero hacer es estar en una fiesta que nunca termine y en la que haya una serie específica de personas que le explicité a ella. Pero en realidad no se si es tan así. Lo que odio de las fiestas es que terminan. Y desde que me levanté el primero de enero con la resaca y el mal humor de una larga fiesta de un mes que llegaba a su fin, tengo la misma sensación de desasosiego. Será que la depresión dura seis o siete veces lo que duró la fiesta. Vamos por el més 5. Para que vayamos calculando.